👣 El Aprendiz

Formación sindical para quienes inician el camino

Bienvenida/o a El Aprendiz, un espacio creado para acompañar a quienes dan sus primeros pasos en el mundo sindical. Aquí encontrarás herramientas sencillas, consejos prácticos, historias reales y recursos visuales que te ayudarán a entender tu papel como representante, afiliado o defensor de los derechos de las y los trabajadores al servicio del Estado.

¿Por qué esta sección es importante?

Porque nadie nace sabiendo, y el sindicalismo democrático necesita nuevas generaciones preparadas, críticas y comprometidas. El Aprendiz busca fortalecer la confianza, el conocimiento y el sentido de pertenencia de quienes se integran al movimiento, para que el relevo generacional sea también una evolución consciente y valiente

Atentamente

Ingrid Paulina Hernández Valverde

Marla Pamela Garibay Mancera

Gabriel Gutiérrez González

 

 

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS CONDICIONES GENERALES DE TRABAJO?

 Y cómo defenderlas sin ser abogado

 

10 de julio, 2025

Cuando una persona entra a trabajar a una institución pública, rara vez le explican algo más allá de cuánto va a ganar y a qué hora debe llegar. Sin embargo, detrás de cada salario, horario, día de descanso y derecho laboral, hay un documento clave que lo respalda: las Condiciones Generales de Trabajo (CGT).

Pese a su importancia, muy pocas personas conocen bien este documento. Y quienes lo conocen, muchas veces piensan que para defenderlo se necesita ser abogado. Hoy te explicamos por qué eso no es cierto, y cómo tú —desde tu rol de persona trabajadora o sindicalista— puedes usar las CGT como herramienta de organización, defensa y transformación colectiva.

Primero lo básico: ¿Qué son las Condiciones Generales de Trabajo?

Las CGT son un acuerdo formal y escrito entre una dependencia pública (como una secretaría, o cualquier entidad pública) y el sindicato que representa a las personas trabajadoras. Ese acuerdo regula cómo se van a prestar los servicios públicos y cuáles son los derechos y obligaciones laborales de quienes trabajan allí.

A diferencia del sector privado, donde se firma un contrato colectivo de trabajo, en el sector público se firman estas Condiciones Generales, con base en lo que establece el artículo 123 Apartado “B”, de la Constitución Federal.

En resumen:


👉 Si trabajas en el sector público, cuyas relaciones laborales se rigen por el Apartado "B", del Artículo 123 Constitucional, las CGT son tu contrato colectivo.


👉 Ahí está escrito qué te deben respetar, qué puedes exigir y qué no pueden quitarte.

¿Qué tipo de temas están en las CGT?

 Cada entidad pública puede tener su propio documento, pero en general las CGT incluyen temas como:

  • Jornada laboral (horas de entrada y salida)

  • Días de descanso

  • Vacaciones

  • Aguinaldo

  • Estímulos y bonos

  • Procedimientos para sanciones o faltas

  • Seguridad e higiene en el trabajo

  • Derechos de maternidad y paternidad

  • Becas o apoyos escolares

  • Licencias con goce de sueldo

  • entre, otros.

Es decir, todo lo que da forma a tu vida laboral cotidiana. Las CGT no son un simple “trámite administrativo”. Son el resultado de años de lucha sindical, y su contenido es el reflejo del poder que tiene un colectivo para negociar sus condiciones de vida y trabajo.

¿Por qué son un instrumento de poder colectivo?

 Porque ningún trabajador consigue lo que dicen las CGT por sí solo. No es un favor del jefe ni un regalo del gobierno. Cada cláusula fue negociada por el sindicato con base en la fuerza y la unidad de los trabajadores.

Piensa en esto:

  • Si las vacaciones aumentaron, fue por presión colectiva.

  • Si se logró un bono, fue porque hubo negociación.

  • Si se respeta tu horario, es porque está escrito ahí.

Y si algo de eso no se cumple, no hace falta ser abogado para levantar la voz: hace falta conocer tus derechos y actuar colectivamente.

¿Cómo defender las CGT sin ser abogado?

 Aquí algunos pasos clave para hacerlo desde el terreno, desde tu centro de trabajo, como afiliado o como representante sindical:

  1. Conócelas a fondo

Pide una copia impresa o digital. Léela poco a poco, subraya, comenta con compañeros. Entender lo que dicen las cláusulas es el primer paso para que no te engañen.

  1. Detecta incumplimientos

¿No te están dando los días de permiso que marca el documento? ¿Te exigen tareas fuera de horario? Anota fechas, nombres, detalles. La defensa empieza con evidencia.

  1. No te aísles

Habla con otras personas que estén en la misma situación. Si a ti te afecta, es probable que a más personas trabajadoras también. Esto ayuda a que no te vean como una queja individual, sino como un reclamo colectivo.

  1. Informa al sindicato

Acércate a tu sección sindical o delegación. Lleva pruebas, sé claro y respetuoso. El sindicato tiene la responsabilidad de intervenir y exigir el cumplimiento de las CGT.

  1. Difunde y educa

Organiza charlas informales, haz hojas informativas, comparte ejemplos. Entre más personas sepan lo que dicen las CGT, más difícil será que se violen.

  1. Exige ser parte del proceso de revisión

Las CGT se revisan periódicamente. Aunque no seas parte del comité negociador, puedes proponer cambios, hacer encuestas entre los compañeros y pedir que tus demandas lleguen a la mesa.

No subestimes el poder de conocer tu herramienta

 Una de las razones por las que los derechos laborales se pierden es porque muchos trabajadores no saben que existen o piensan que no pueden defenderlos. Esa ignorancia es útil para quienes buscan recortar derechos o imponer cargas indebidas.

Por eso, conocer las CGT es una forma de resistencia, pero también de esperanza. Porque cuando las trabajadoras y trabajadores se organizan alrededor de un documento común, se convierten en una fuerza poderosa que puede mejorar sus condiciones de vida, exigir respeto y construir una administración pública más digna y justa.

En resumen

  • Las CGT son el contrato colectivo del sector público.

  • Ahí están tus derechos como persona trabajadora: salario, horarios, descansos, licencias, etc.

  • No necesitas ser abogado para usarlas: basta con conocerlas, organizarnos y actuar colectivamente.

  • Son el resultado de luchas pasadas, y la base para nuevas conquistas.

El conocimiento es poder, pero el poder colectivo es transformación.


Aprende, comparte y defiende las Condiciones Generales de Trabajo. No estás solo: tienes una herramienta y un sindicato.

 

ÁREA JURÍDICA LABORAL

Paulina, Marla y Gabriel

#SindicatoInformadoSindicatoEmpoderado

 

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16 de junio de 2025

 

Título: “Nacer de Nuevo: El Viaje de un Dirigente Sindical”

 

Cuando Marco recibió la noticia, no estaba del todo seguro si debía sentirse orgulloso o aterrorizado. Tenía 33 años, llevaba más de una década como trabajador del servicio público y, aunque había participado en algunas asambleas y defendido a un par de compañeros ante injusticias menores, jamás imaginó que un día la base sindical de su dependencia lo elegiría como su nuevo secretario general.

Lo primero que sintió fue vértigo. No porque no creyera en la causa, sino porque conocía el tamaño del reto. La gente esperaba de él algo más que discursos, algo más que promesas. Esperaban presencia, soluciones, valentía. Pero, sobre todo, esperaban aprendizaje.

Las primeras semanas fueron como caminar sobre un puente colgante en medio de la niebla. Se dio cuenta, muy pronto, de que no bastaba con tener buenas intenciones. El sindicalismo no era solo un conjunto de ideales, era también técnica, estrategia, escucha activa, gestión del conflicto, conocimiento jurídico, empatía, paciencia, y un profundo respeto por la historia colectiva de lucha de sus compañeras y compañeros.

Un día, al salir de una reunión complicada con la autoridad, Marco se encontró a doña Eugenia, una jubilada que llevaba más de 40 años afiliada al sindicato. Ella lo miró con ternura y le dijo: “No se te olvide, hijo, que este cargo no se ejerce desde el escritorio ni desde la soberbia. Se ejerce desde el corazón, desde los pies que caminan el pasillo, desde los oídos que saben escuchar el enojo, y desde las manos que no temen firmar lo que haga falta cuando hay justicia de por medio”.

Ese día Marco comprendió que ser dirigente sindical era, en muchos sentidos, aprender a nacer de nuevo.

Se inscribió en cursos, buscó mentores, se sentó con los antiguos dirigentes para aprender de sus aciertos y de sus errores. Pero, más allá de lo formal, comenzó a aprender del día a día: del trabajador que lloraba porque no le pagaban su antigüedad; de la joven madre que pedía un horario flexible para cuidar a su hijo; del conserje que se sentía invisible. Cada historia, cada rostro, cada exigencia era una lección viva.

Aprendió que la fuerza de un dirigente no se mide por cuántas veces alza la voz, sino por cuántas veces logra que su voz se convierta en eco de una comunidad entera. Que no siempre se gana en lo inmediato, pero que toda lucha bien librada siembra futuro. Que negociar no es ceder, sino avanzar. Que comunicar es conectar, y que representar no es hablar en nombre de otros, sino amplificar sus palabras.

Un año después, en una asamblea llena de aplausos, Marco subió al templete. Había solucionado muchos casos, había cometido errores, había enfrentado críticas duras y también había logrado que la institución abriera nuevos espacios de diálogo con el sindicato. Pero, lo más importante, había aprendido.

Tomó el micrófono y dijo:

“Este año no me transformé en dirigente. Este año me transformaron ustedes. Cada que me exigieron más de lo que creía posible. Cada que me corrigieron. Cada que confiaron. Aprendí que un sindicato no es solo una estructura, es una red de afectos, una memoria viva, una promesa que se honra con trabajo diario. Y lo más valioso que he aprendido es que en este camino, nunca se deja de aprender. Porque aprender es también luchar. Y luchar, es amar lo que somos”.

Hoy, Marco sigue siendo dirigente. Pero también sigue siendo alumno. Alumno de sus compañeros, de sus errores, de sus triunfos, de la historia sindical que late en cada pliego, en cada marcha, en cada café compartido al amanecer antes de entrar a trabajar.

Porque, en el sindicalismo, como en la vida, aprender no es acumular teoría: es transformarse para transformar.

Y ese, quizás, sea el mayor privilegio de un dirigente: tener el coraje de seguir aprendiendo para no traicionar nunca la causa que representa.

FEDESSP. Donde el aprendizaje se transforma en liderazgo.
Donde cada dirigente nace de nuevo.

 

ÁREA JURÍDICA LABORAL

Paulina, Marla y Gabriel

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Bitácora del Aprendiz

3 de junio, 2025

Lo que nadie te dice del trabajo organizativo

Por El Aprendiz

Cuando entré al sindicato pensé que todo era marchas, reuniones, discursos, banderas y asambleas. Y sí, también es eso. Pero con el tiempo, fui descubriendo un lado del sindicalismo que nadie me advirtió. Un lado silencioso, cansado, a veces frustrante, que no sale en las fotos ni se aplaude en los actos públicos.

Ese lado se llama trabajo organizativo. Y déjame decirte algo que aprendí a la fuerza: el trabajo organizativo es lo más difícil, lo más solitario y, curiosamente, lo más importante de todo lo que hacemos.

Me explico.

Yo me acerqué al sindicato con ganas, con entusiasmo. Veía injusticias en mi centro de trabajo y quería hacer algo. Empecé acompañando a una compañera delegada a visitar otras áreas. Ella me decía: “Hay que escuchar, hay que estar presentes, hay que ir sembrando.” Yo no entendía del todo qué significaba eso de “sembrar”. Pensé que con solo hablarles de sus derechos a los compañeros, ya se iban a interesar, a unir, a participar. Iluso de mí.

La primera vez que organicé una reunión, invité a diez compañeros. Fue en el horario de comida, llevé galletas, preparé un cartelito con marcadores, tenía mi discurso medio ensayado. Llegaron dos. Y uno de ellos solo fue a decirme que tuviera cuidado, que andaba muy visible, que eso no gustaba a “los de arriba”.

Me dio vergüenza. Me enojé. Me dieron ganas de dejar todo. Pero la delegada, que ya sabía de eso, solo me puso una mano en el hombro y me dijo: “Así se empieza. No lo tomes personal. El trabajo organizativo es eso: picar piedra.”

Desde entonces, he vivido muchas cosas que nadie me contó. Como ir a pegar un cartel y que lo arranquen en menos de una hora. Como quedarte esperando a una reunión con sillas vacías. Como escuchar que te dicen “agitador” o “problemático” cuando solo estás defendiendo lo justo. Como ver a compañeros que hoy te aplauden y mañana se esconden. Como tener que explicar mil veces lo que significa el contrato colectivo, el comité, el reglamento, y que te miren como si hablaras en otro idioma.

Pero también, poco a poco, he visto cosas que valen oro. Como una compañera que te llama bajito y te dice: “Gracias por lo que haces, yo aún no me animo, pero te leo.” Como un trabajador que un día se anima a ir contigo a Recursos Humanos, temblando, pero decidido. Como los ojos de una delegada que llevan años en esto y que aún se le iluminan cuando alguien nuevo dice: “Quiero aprender.”

Lo que nadie te dice del trabajo organizativo es que es lento, ingrato a veces, pero profundamente transformador. Que no hay aplausos, pero sí huellas. Que no hay reflectores, pero sí raíces. Y que tú no lo haces por fama, lo haces por convicción. Porque un día entendiste que lo injusto se vuelve costumbre cuando nadie lo cuestiona, y que alguien tiene que empezar a decir “no”.

Yo sigo siendo El Aprendiz. Sigo tropezando. Me canso. Me frustro. Pero también he descubierto que cada conversación, cada duda que siembras, cada hoja que entregas, cada mirada que cambia, es una semilla. Y que a veces no ves el fruto, pero otros lo verán.

Así es el trabajo organizativo: invisible por fuera, pero imprescindible por dentro. Y aunque duela, aunque tarde, aunque canse… vale la pena.

 

ÁREA JURÍDICA LABORAL

Paulina, Marla y Gabriel

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Bitácora del Aprendiz

 

Cómo enfrenté una injusticia laboral con el respaldo de mi sindicato

 

Por El Aprendiz

Hace unos meses, todavía creía que “llevarla tranquila” en el trabajo era la única forma de sobrevivir en el servicio público. Evitar conflictos, agachar la cabeza cuando algo no te parece, aceptar órdenes aunque parezcan absurdas. Me lo dijeron muchas veces: “Tú no te metas”, “mejor cuida tu plaza”, “esos pleitos no te tocan”. Yo lo creí. Hasta que la injusticia me tocó a mí.

Trabajo en un área administrativa dentro de una institución pública. No soy el más nuevo, pero tampoco soy veterano. Conozco lo suficiente como para no perderme en los trámites, pero aún me cuesta entender cómo se manejan los hilos del poder dentro de las oficinas. La mayoría de las veces se trata de saber a quién obedecer, no qué dice el reglamento.

Una mañana, sin previo aviso, recibí un oficio de reubicación. De la noche a la mañana me mandaban a una zona operativa en campo, sin capacitación previa, sin análisis de perfil, sin justificación alguna. Era evidente que no tenía nada que ver con mi experiencia ni con mis funciones previas. Lo tomé como una confusión administrativa. Fui a preguntar. Me dijeron que era “una instrucción superior” y que debía acatarla. Pedí razones. Me dijeron que “no las había”. Solo obedeciera. Punto.

En ese momento sentí una mezcla de rabia y miedo. Rabia, porque era injusto. Miedo, porque sabía que en la lógica institucional eso podía significar un castigo encubierto, una forma de aislarme, de presionarme. Y sí, lo supe después: todo venía de una diferencia con un jefe que no tomó bien una sugerencia que hice en una reunión, en voz alta, delante de todos. Nada ofensivo. Solo cuestioné la viabilidad de una decisión. Pero en ambientes jerárquicos, hablar puede costarte caro.

Volví a casa con la cabeza llena de dudas. Pensé en rendirme, aceptar el cambio, esperar que el tiempo lo curara. Pero esa noche recordé que unas semanas antes, un compañero me había invitado a una plática del sindicato. Fui por compromiso, sin mucha fe. Escuché a una delegada decir: “No estás solo, aunque a veces lo parezca. No estás sola, aunque te quieran hacer creer que sí.” Me pegó esa frase. Me acordé. Y al día siguiente, fui a la oficina sindical.

Me recibió una compañera, con paciencia y conocimiento. Le conté mi caso. Me pidió el oficio, mis antecedentes, mi nombramiento. Me dijo: “Vamos a revisar esto juntos.” Yo no sabía que tenía derechos más allá de mi salario. No sabía que existían disposiciones legales y cláusulas en las condiciones de trabajo que protegían el principio de idoneidad, que exigían una justificación razonada para cualquier cambio de adscripción. No sabía que podía oponerme de forma legal, respetuosa, pero firme.

En menos de una semana, el sindicato solicitó una reunión con Recursos Humanos. Yo estuve presente, pero esta vez no estuve solo. Escuchar a la representación sindical hablar con firmeza, citar la Ley y las condiciones de trabajo, señalar los vicios del procedimiento, exigir una explicación, fue como ver encenderse una luz en una habitación que creía condenada a la oscuridad.

El cambio fue revertido. La reubicación quedó sin efecto. Nadie lo dijo explícitamente, pero entendieron el mensaje: no podían actuar por capricho sin consecuencias.

Pero lo más importante no fue eso. Lo más importante fue cómo me sentí: acompañado, reconocido, parte de algo más grande que yo. Me di cuenta de que el sindicato no es solo un escritorio lleno de papeles o un logo en una manta. Es una red de personas que han decidido no dejarse solos los unos a los otros. Es una forma de recuperar la dignidad cuando alguien intenta arrebatártela en silencio.

Desde entonces, he cambiado. Escucho más. Me informo. Participo en reuniones. Ayudo a otros compañeros que están viviendo algo parecido. Y aunque sigo siendo nuevo en muchas cosas, ya no me considero un espectador pasivo de la vida laboral. Empecé a caminar con otros. Y cuando caminas con otros, la carga se reparte, el miedo se disuelve, y la esperanza regresa.

Soy El Aprendiz. Pero hoy, después de esta experiencia, me siento un poco menos aprendiz… y un poco más parte del movimiento.

 

ÁREA JURÍDICA LABORAL

Paulina, Marla y Gabriel

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