Las fábulas no son solo cuentos para niños; son herramientas poderosas para reflexionar sobre nuestra realidad. A través de personajes y situaciones simbólicas, podemos abordar temas como la resistencia al cambio, la colaboración entre generaciones y la importancia de escuchar nuevas ideas. En el contexto sindical, estas narraciones, inspiradas en las Fábulas de Esopo, sirven como un medio ameno y accesible para transmitir valores, inspirar a la acción y abrir la mente hacia formas distintas de resolver problemas.
Paulina, Marla, Gabriel

EL GALLO Y LA CAMPANA DEL CAMBIO
12 de agosto, 2025
En el corral de Doña Tomasa, los amaneceres siempre tenían la misma melodía.
Apenas la primera luz se asomaba tímida detrás de las copas de los árboles, el viejo gallo Don Cornelio se erguía sobre su piedra favorita, inflaba el pecho y lanzaba su canto solemne:
—¡Kikirikííí! ¡Arriba, que el día ya empezó!
Su voz, grave y constante, se escuchaba desde la huerta hasta la cerca que daba al camino. Las gallinas bostezaban un par de veces y salían en busca de granos, los patos emprendían su lento desfile hacia el estanque, y los cerdos empezaban su coro matutino de gruñidos pidiendo el desayuno.
Era una rutina tan arraigada que nadie se preguntaba si podía hacerse de otro modo. Así se había hecho siempre, y en el corral de Doña Tomasa, “lo de siempre” era casi una ley no escrita.
La llegada de Jacinto
Un día, sin previo aviso, llegó al corral un gallo joven. Tenía las plumas tan brillantes que parecían encenderse con el sol, y una energía que se le escapaba en pequeños saltos y carreras. Se llamaba Jacinto, y lo primero que hizo fue observar con atención la vida del corral.
Durante una semana, se levantó junto con el viejo Cornelio, escuchó su canto y vio cómo los animales respondían. No podía evitar notar que algunos reaccionaban tarde: la gallina Clara seguía dormida en el segundo canto, el pato Lorenzo apenas se movía arrastrando las patas, y el pavo Bartolo no aparecía hasta bien entrada la mañana.
Al séptimo día, Jacinto decidió acercarse a Cornelio. Lo hizo con respeto, porque aunque el viejo gallo estaba ya entrado en años, todos sabían que era el guardián del amanecer.
—Don Cornelio —dijo con voz amable—, ¿ha pensado que quizá podríamos cambiar un poco la forma de anunciar el amanecer?
Cornelio, que ya se estaba acicalando el ala derecha, lo miró con una ceja levantada.
—¿Cambiar? —repitió, como si fuera una palabra extraña—. ¡Pero si siempre se ha hecho así! Mi abuelo cantaba así, mi padre cantaba así, y yo igual. Es la tradición, muchacho.
Jacinto asintió.
—Lo sé, y su canto es fuerte y hermoso. Pero he notado que algunos tardan en levantarse… ¿Qué tal si además de cantar, hacemos sonar una campana? Así todos despiertan más rápido y nadie llega tarde a empezar el día.
El revuelo en el corral
La idea cayó como piedra en un estanque: las ondas de opinión se extendieron rápido.
El pato Lorenzo resopló:
—¡Bah! Eso es puro modernismo barato. Si uno quiere despertarse, se despierta.
La gallina Matilde agitó las alas, alarmada:
—A mí me asustaría ese sonido metálico. ¿Para qué cambiar lo que funciona?
Cornelio cruzó las alas, serio:
—Joven, no necesitamos campanas aquí. El corral siempre ha funcionado así, y así debe seguir.
Jacinto no discutió. Sabía que las ideas nuevas, como las semillas, necesitan tiempo para germinar.
La prueba
Una madrugada, antes de que el cielo se tiñera de rosa, Jacinto encontró una pequeña campana olvidada junto al granero. La colgó en la rama de un árbol y esperó.
Cuando Cornelio empezó su canto, Jacinto, con una sonrisa traviesa, hizo sonar la campana.
¡Tlin! ¡Tlin! ¡Tlin!
El sonido se mezcló con el “¡Kikirikííí!” en un extraño pero armonioso dúo.
La reacción fue inmediata: las gallinas salieron más rápido, el pato Lorenzo llegó al estanque antes que el sol, y hasta el pavo Bartolo apareció con cara de recién despierto.
Los primeros días, algunos murmuraron que era raro, pero poco a poco comenzaron a notarlo: el corral estaba más activo, las tareas empezaban a tiempo y todos parecían de mejor humor.
El cambio aceptado
Cornelio, orgulloso, seguía cantando como siempre. Pero cada mañana dejaba que Jacinto tocara la campana sin decir una palabra. No lo reconoció en voz alta —los viejos gallos tienen su orgullo—, pero en el fondo sabía que la campana no había destruido la tradición: la había fortalecido.
Con el tiempo, los animales entendieron que el canto representaba la experiencia y la memoria del corral, mientras que la campana traía un toque de frescura y eficiencia. No había que elegir entre uno u otro: juntos funcionaban mejor.
Moraleja sindical: Escuchar nuevas ideas no destruye la tradición, la renueva. La experiencia y la innovación, juntas, pueden despertar a todo un corral.
ÁREA JURÍDICA LABORAL
Paulina, Marla y Gabriel
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